lunes, 23 de febrero de 2015

Hace un año... El Triunfo


Hace un año me fui de nuevo a la Reserva de la Biósfera El Triunfo, fue la segunda vez que llegué al bosque de las nubes, de un año para acá han sucedido varias cosas, he entrado a la universidad a estudiar biología, he andado, he pajareado, y no había podido escribir mi relato de este viaje a un lugar como lo es El Triunfo: un año ha difuminado los recuerdos que guardo, pero no lo que he escrito, y lo escrito y recordado lo comparto.

Viajé de Xalapa, Veracruz a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas durante la noche, pasaron junto a mí kilómetros y kilómetros de camino para que llegara finalmente a la central de autobuses el doce de enero de 2014, bastante temprano he de decir, y allí me bajé con mi mochila pajarera y mi mochila de cosas, esperando a los investigadores de ECOSUR, con los que iba a participar en el monitoreo del Pavón (Oreophasis derbianus), Pajuíl (Penelopina nigra) y Quetzal (Pharomacrus moccino)
Después de algunas horas de espera (en primera porque no se esperaba que el camión desde Xalapa tardara poco) llegaron desde San Cristóbal de Las Casas dos camionetas con todos los que iban a subir a El Triunfo esa vez, de los que recuerdo, venía el doctor José Luis Rangel Salazar, el doctor Miguel Ángel Martinez, Pedro Ramirez; un biólogo al que conocí en mi anterior viaje, Francesca Albini y su esposo Mario, un observador de aves llamado Kraig, una chava que se llama Ruth (de la que no recuerdo sus apellidos) y varias personas más de las que realmente no me queda en la memoria siquiera el nombre, una disculpa.

Subiendo hacia las nubes
Finalmente una vez subidos todos en las camionetas, comprados los alimentos para pasar los días allá arriba, enfilamos rumbo a Jaltenango, donde nos recibe la gente de CONANP para subir a la reserva. Salimos de Tuxtla Gutiérrez serpenteando por el centro de Chiapas y por la ventana de la camioneta pasaban los campos y las tierras y las gentes y las cosas que hay bajo el sol, y después de ver todo plano aparecen del lado derecho los primeros cerros, bajos, los preludios de la cordillera, y allí abajo está Jaltenango, donde dormiremos esta noche para subir a El Triunfo mañana.

Así pues, comenzamos a subir al otro día, yo iba trepado en una camioneta de redilas que me permitía ver el paisaje, a ver si en una de esas se decidía aparecer un Zopilote Rey, pero no se apareció: en cambio, comenzaron a aparecer árboles enormes, árboles viejos, potreros y la sierra se perfilaba en el horizonte. El camino sigue y sigue, y nosotros seguíamos junto con él, y llegamos finalmente a Finca Prusia y luego Santa Rita, las últimas localidades antes de subir al bosque de El Triunfo, allí bajamos las cosas del camión, les dejamos algunas a las mulas y las que podemos (y queremos) cargar nosotros, las subimos a nuestra espalda.

campamento El Triunfo
Ascendemos por los cafetales, siempre subiendo, pasan junto a nosotros los árboles cada vez más altos; los brazos del monte están abiertos y nos reciben, allá arriba se ven las cumbres, se alzan los viejos árboles, los viejos guardianes en lo alto, y frente a mí crecen infinitos jardines colgantes. De pronto escucho a la Codorniz Silbadora (Dactylortyx thoracicus) junto al camino: me quedo quieto unos momentos y aparece entre el sotobosque, caminando a paso apresurado, tan rápido como aparece, así se va, sigue sus propios senderos.

Sigo subiendo, el camino se va haciendo menos inclinado, estoy dentro de la zona núcleo de la reserva. A pesar del sol de la tarde, bajo la sombra de los árboles hace frío. He pasado las anteriores cinco horas subiendo, y ahora que estoy arriba recuerdo que esto es un mundo sobre las nubes, es un palacio en la altura donde las columnas son de madera, en ellas están engarzadas las más finas joyas, y los señores este espacio son los jaguares y los quetzales: este otro mundo, te va tejiendo recuerdos que ni el polvo ni el ruido de la ciudad logran borrar.

Cuando la luna salía
Yo con sus rayos paseaba
Llegamos al campamento como a eso de las cinco de la tarde, la niebla ya está bajando, se siente el frío y húmedo transpirar del bosque y sobre todo, hace hambre, nos reunimos todos en el comedor, allí estamos todos los que subimos, los que venimos al monitoreo, los guardabosques (de los cuales sólo me acuerdo de Edi y Chima) y las cocineras. Allí platicamos cenamos… sobretodo cenamos y nos organizamos para hacer el monitoreo del día siguiente: somos muchas personas y para los monitoreos es recomendable que vayan pocas personas por sendero, así que a mí me toca “descanso” al otro día y podré pajarear. Aquí arriba sin las luces de la ciudad, anochece más rápido, y hace más frío. Nos vamos a dormir para salir mañana, esta noche la luna se asoma sobre los montes: Para mañana o pasado, estará llena.

Así pues, a la mañana siguiente me levanté temprano como todos, desayuné un poco de cereal y café, como todos…  pero a diferencia de los demás me tuve que quedar (sin que eso fuera mucho de mi agrado) en el campamento, hasta que los que salieron de muestreo estuvieran prácticamente acabando, para poder recorrer un poco los senderos y pajarear. El día está lleno de nubes que me tocan la cara. Pasa cerca de mí un  Mirlo Acuático (Cinclus mexicanus) que gusta de buscar comida en el arroyo que atraviesa el campamento, también hay uno que otro Colibrí Gorjiverde (Lampornis viridipallens) pero no mucho más: ya me pican los pies por caminar y finalmente puedo entrar por el sendero Costa.

Allí adentro hay un árbol viejo que me encuentra a menos de cien metros, es muy notorio porque está en una especie de claro allí junto al sendero que asciende, allí cerca anda un grupo de charas unicolores (Aphelocoma unicolor) más lejos está llamando un Breñero Rojizo (Clibanornis rubiginosus) y el camino sigue y sigue: comienza a ascender levemente hasta que ya no asciende más; he llegado al parteaguas donde se divide la depresión central de Chiapas, de la vertiente del pacífico, a partir de allí, como por arte de magia la niebla desaparece y si bien no hay sol, hay una ligera resolana que me calienta un poquito.

Atthis ellioti
El sendero baja entre la sombra de los árboles y la luz del cielo, en las partes más húmedas surgen escurrimientos de agua, por allí anda un Breñero de Anteojos (Anabacerthia variegaticeps) buscando insectos, vuela una paloma en el camino y no la alcanzo a ver bien. Unos metros más delante de donde voló la paloma los árboles se abren y se extiende la vista de la sierra y allí debajo la llanura y más allá, lejos, una línea blanca es el mar: es la primera vez que contemplo el Océano Pacífico.
A mi espalda está la ladera, y allí está cantando un macho de Zumbador Centroamericano (Atthis ellioti) haciendo su despliegue de colores para atraer a algunas hembras que andan por allí, de repente sube otro macho ¡salido de quiensabedonde! Y lo espanta, pero al rato vuelve a cantar y se mueve por el matorral que allí crece. Para ese momento ya vienen regresando los encargados del monitoreo y subimos todos, y cerca del campamento me quedo atrás porque vi un poco de actividad: allí estaba el Chipe de Ceja Dorada (Basileuterus belli) también estaban los Chinchineros (Chlorospingus ophtalmicus) y de repente sale de entre el sotobosque un pájaro de lo más raro, todo café, dando saltos entre las ramas sin quedarse quieto ni un segundo, y así como llega, así se va: señoras y señores, ese fue el Breñero Rojizo (Clibanornis rubiginosus) y con los saltos hiperactivos de ese habitante del sotobosque todavía en la retina, camino felizmente hasta la cocina, porque ya hace hambre.

Por la tarde me concentro en buscar al Mulato Pechiblanco (Melanotis hypoleucus) que algunas veces llega, sin embargo el muy [Inserte aquí insulto de su preferencia] se esconde de mí. Se hace tarde y las nubes comienzan a juntarse, habrá lluvia.
Efectivamente, al otro día amanecemos cubiertos de agua, llenos de humedad, como para quedarse en el campamento viendo llover, pero no, ¡hay que monitorear aves!  Así que tomamos rumbo hacia el sendero Prusia, ahí vamos, Ruth, Pedro, el doctor Miguel Ángel y yo, y llueve… y llueve: acá en mi tierra le decimos a esa llovizna “chipi chipi” en donde no sientes lo duro, sino lo tupido. Caminamos un kilómetro y nada de pavón u otra ave, pura lluvia, caminamos más y la lluvia comienza a arreciar, caminamos más y de repente… un Pavón.
Oreophasis derbianus

Allí está aquel enorme primo de los guajolotes, pero más que el impresionante y misterioso animal que sale en las fotos promocionales de Chiapas, este ejemplar es más bien una masa de plumas mojadas y aplastadas con un cuerno rojo: se mueve entre las ramas llenas de epífitas, nos ve, lo vemos… y se va. Nosotros también nos vamos, avanzando hasta llegar al final del húmedo sendero, y los pavones no se vuelven a aparecer.

Lampornis viridipallens
Una hora después llegamos empapados al campamento y yo (que tuve la genial idea de dejar mi manga secando y me llevé una chamarra impermeable que de impermeable no tuvo nada) deseaba en primer lugar un café, en segundo bañarme y en tercero, comida, pero sólo pude cumplir el primer deseo: me bañe hasta la tarde, pero las nubes siguieron bañando el bosque durante la noche, eso si, había dos cosas buenas, la primera es que ya habíamos monitoreado todos los senderos y tendría el día siguiente para pajarear y hacer otras cosas. Y la segunda fue que tuvimos un distinguido visitante en la cocina: un Tapir (Tapirus bairdii) se presentó, y todos los que estábamos allí pudimos verlo, aquel enorme mamífero, casi del tamaño de un burro, miró al grupo de curiosos que lo veían y tranquilamente se dirigió de nuevo al bosque. Personalmente es uno de los seres vivos (sin contar aves) que más ganas había tenido de encontrarme desde que lo veía de niño en los libros. Un ser increíble, casi un sueño que dejó plasmada su huella en el lodo para probar que fue real.

Ateles geoffroyi: un primo mío
A la mañana siguiente bajé de nuevo por el sendero Costa, junto con Kraig y Francesca, a ver si con suerte podía ver a la endémica Tángara de Cabanis (Tangara cabanisi) ¡ah pero claro! Se me olvidó que ella vive algunos kilómetros más debajo de donde yo podía llegar. Sin embargo, comencé el día muy bien y muy feliz, porque allí cerca del campamento estaba un Tirahojas Gorjirrufo (Sclerurus mexicanus) tirando hojas tranquilamente y buscando comida; fue un buen encuentro. Más abajo encontramos de nuevo al Colibrí Gorjiverde muy tranquilo y confiado. Seguimos bajando y llegamos hasta el Cipresal, donde hacía bastante viento y no había aves, así que nos regresamos. Yo me voy caminando un poco más rápido y de pronto veo que los árboles están agitándose y unas sombras negras se mueven de rama en rama apoyándose en una larga cola prensil: son los Monos Araña (Ateles geoffroyi) hay como cinco de ellos alrededor, una mamá con su cría pegada a la espalda, varios otros individuos que andan buscando comida y un chango que no conoce la palabra vergüenza (así como el que esto escribe) está en la copa de un árbol pero por causa de la pendiente queda a la misma altura que yo, se voltea para verme. Es un espectáculo bastante chistoso; un chango colgado de la cola y de una mano, mientras sus piernas se balancean en el aire y con la otra mano se rasca la cabeza, luego me hace unas señas raras con las manos, pero no entiendo idioma Changoñol así que no puedo contestarle, sólo me quedo observando a esos seres peludos y lejanos primos nuestros.

Por la tarde me encargo de ayudar a Pedro a checar unas grabadoras para poder recopilar vocalizaciones de los Búhos Leonados (Strix fulvescens) y para ver si acaso puedo encontrar ese búho que me ha estado evadiendo desde que llegué, y no lo encuentro. Como dato curioso, todos los que salieron a los monitoreos pudieron verlo en algún sendero, excepto yo, eso pone definitivamente a este búho en mi lista de Némesis… tendré que regresar por él, porque esta es la última noche aquí arriba, mañana emprenderemos el regreso.

Lepidocolaptes affinis
A la mañana siguiente ya está todo en la mochila, excepto los binoculares, la cámara, y la comida para el camino, y mientras se cargan de nuevo las mulas con el equipaje, me dedico a pajarear en el claro del campamento: sale a despedirse un Trepatroncos Coronipunteado (Lepidocolaptes affinis) y un Quetzal (Pharomachrus moccino) pasa volando sobre mi cabeza, y después, van pasando sobre mi cabeza los árboles del sendero, esta vez voy acompañando a Ruth a recoger una grabadora que se usa para obtener vocalizaciones de los pavones: vamos por ella al sendero Bandera, y cuando estamos regresando escuchamos al Pavón.

Se escucha como cuando soplas por la boca de una botella, es un sonido muy grave, de muy baja frecuencia, pero allí está, llamando casi en la copa de un árbol, luego se mueve con una lentitud pasmosa, abre sus alas y se pierde en el bosque, esta vez sí se ve realmente magnifico. Y al bajar me espera otra sorpresa: un Momoto Gorjiazul (Asphata gularis) se para en una rama en medio del camino y me permite observarlo durante un rato, es un ave
genial, distinta del momoto al que estoy acostumbrado, y además, es la primera vez que la veo.
Oreophasis derbianus, con buena luz

Una vez en el sendero Prusia, me vuelvo a cruzar con un Pavón, en esta ocasión está comiendo de un árbol muy alto, parece ser que come aguacate, le tomo fotos y sigo bajando, no puedo detenerme mucho, pero me paro al ver una parvada mixta: hay Breñeros, un Mosquero Amarillento (Empidonax flavescens) y Clorofonias (Cholorphonia occipitalis) que están muy cerca de mí: aprovecho la ocasión para tomarles foto, pero no me doy cuenta de que la parvada está allí por las hormigas, las mismas hormigas que están subiendo por mis pantalones, así que salgo corriendo de nuevo, tratando de quitármelas.


Finalmente, cuatro horas y varias mordidas de hormiga después llego a Santa Rita, el mismo punto desde donde salimos: esperamos a quienes faltan por bajar y subimos a las camionetas. Allá atrás quedó El Triunfo y su niebla, sus habitantes y sus historias, allá atrás quedó, pero también aquí adentro. Allí donde crecen los recuerdos como enredaderas.
Chlorophonia occipitalis